22 enero, 2013

REGIMEN 4.


Esa palmerita llevaba tiempo mirándome, cada vez que abría la nevera me miraba, allí con esos ojitos, como diciéndome, no, no me comas, que no soy tuya., riéndome de mi como mujer que no puedes tocar y se exhibe allí, con esos contoneos y esas formas achocolateadas, diciéndome una y otra vez, que no, que no era suya.
  Cerrando la puerta de la nevera de un portazo, me fui a comer la naranja, que si me correspondía, que ahora mismo me tocaba, disfrutando cada gajo, fui poco a poco intentándome olvidar de la palmerita de chocolate que descansaba enfrente de mi vista y de mi imaginación.
  Miro por la ventana, el silencio se apodera de la calle, en mi mente, sigue lo prohibido, intento desconcentrarme, intento hacer el desayuno como cada mañana, pero he aquí, que la tentación vuelve a asomar, pues lógicamente tengo que abrir la puerta de la nevera para sacar la leche y las mermeladas.
  Allí sigue ella, con esas curvitas, deseosa, carnosa, objeto del placer deseado. Cuando irremediablemente la mano se abalanza sobre ella, la separa de su plato, la abre, y de tres bocados se la come, placer, sumo placer, orgasmo palmeril, siento el paladar que se me corre de gusto cuando por fin desaparece dentro de mi

-      Papa, donde está la palmera que deje en la nevera.
-      Lo siento, Héctor, se me lanzo a la boca y me la comí
                        
                     JOSE PEDRO PORRAS.

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