13 septiembre, 2013

DIENTES DE ORO

 
 
 
                               Capitulo 1.
Su madre perdió un diente.
  Dada la edad de ella eso no era extraño, pues a las personas mayores se les suele ir cayendo todo; el pelo, las uñas, la piel, la tripa, las tetas.
  Pero a ella se le había caído un diente y justo el paleto, ese que tanto se nota cuando uno sonríe. Y allí iba su madre para todos los lados, con esa dentadura rota, sonriendo y sonriendo.
  A él mismo le daba vergüenza que ella anduviera así, mellada y sin poder hacer nada, asi que decidió ir a un dentista para buscarle una solución.
-      Ponerle un diente postizo.
-      Y eso vale mucho
-      Usted no piense en lo que vale, sino en lo guapa que va estar.
-      A mí, me gustaría darle lo mejor de lo mejor, pues ella no se merece menos.
-      Pues póngale uno de oro.
-      Uno de oro.
-      Es como un regalo, en vez de llevarlo colgado lo llevará en la boca y cada vez que sonría se acordara de usted.
  Me tire tiempo pensando, en lo mismo, mi madre con un diente de oro, sería una pasada verla por todo el pueblo con ese diente iluminando bajo el Sol, asi que como puede fui ahorrando un dinerillo, hasta que por fin vino el día.
-      ¡ Madre, le voy a hacer un regalo !.
-      Déjate de regalos, que la cosa no está para perder el dinero de esa manera, anda calla y nos lo gastamos en el Mercadona, o si no nos vamos juntos al bingo a ver si nos toca.
-      ¡ Qué no Madre, que no !, que es un regalo de verdad, de esos que dura para toda la vida.
-      A ver cuenta que me tienes en ascuas.
  La cara de mi Madre, era una fotografía cuando se lo conté, blanca como la leche y con la carita de ángel allí caída, asomando ese agujero, que seguro sería tapado a no más tardar.
-      ¡¡¡¡¡  Loco, ¡!!! , estás Loco, como voy a llevar ese diente ahí asomado para que todo el mundo lo vea.  No, no y no y mil veces que te empeñes es que no. Y no hablemos mas.
  Mi Madre cuando dice No, es que no, y ahora se me puso la cara a mí como el culo de un niño recién lavado.
 
                                                                   Capitulo 2.
 
-      Ernesto, sabes una cosa.
-      Diga madre.
-      Que me voy a poner ese diente.
-      Anda, no se ría de mi.
-      Ni reírme, ni na ( dijo dándome un achuchón ).
-      ¿ Pero lo ha pensado bien ?.
-      Que si, Ernesto, que sí. Mira te voy a contar una cosa, estuve hablando en el pueblo con mis amigas de toda la vida y ellas también tienen un diente de oro, y algunas dos, yo al principio no me lo podia creer, pero es totalmente verdad y estoy decidida a hacerlo.
-      Pero madre, que casi me he gastado el dinero.
-      No te preocupes, que pronto llega la paguilla y tendremos bastante.
 
  Ahí salía mi Madre, con su boca reluciente del Dentista, y sonriendo, venga a sonreír a todo el mundo que pasaba. Yo más ancho que un ocho.  Luego como aún nos sobraron algunos euros, nos fuimos al Bingo a celebrarlo y encima cantamos una línea y todo.
  Las cosas después fueron mejor si cabe con mi Madre, y ya me preparaba un bizcocho o me recibía con un flan de esos que solo sabe hacer ella, ( ¡  Cuanto quiero a mi Madre ! ).
  Pero la vida pasa y poco a poco ella se fue apagando y yo con ella. Al principio me quede sin trabajo, luego sin paro y ahora sin la ayuda  familiar, menos mal que nos queda la pensión que si no, no sabríamos de dónde tirar.
  Fuimos vendiendo todo lo que teníamos para vender y solo en aquel pueblo olvidado de Dios, la penuria se hizo latente en todos.
-      Sabes una cosa Ernesto.
-      Diga Madre.
-      El día que me muera, quédate con el diente, sin que nadie se entere, que algo te darán por él. Ya sabes como están las cosas y se de buena tinta que están pagando mucho por todo lo que sea de oro.
-      Usted y sus cosas Madre, como le voy a arrancar el diente, ni que fuera yo un dentista o un usurero de esos.
-      Calla Ernesto y piénsalo, será lo único que te puedas llevar después de todo, arruinados estamos ya lo sabes tú, como están las cartillas, no nos queda nada y menos mal que el tendero aún nos fía, que si no, no sé ni que ibas a comer.
 
                                              Capitulo 3.
 
  Murió, ella nos dejó y no dio ni guerra la pobre.
  Una noche me desperté de golpe y me la encontré tendida, más fría que un carámbano de esos de Enero. Y sonriendo, no veas como sonreía, allí estaba ese diente, brillando a la luz de la vela, ( pues hacía tiempo que la luz nos la habían cortado ),
-      ( Llévate el diente, llévate el diente ).
  Escuchaba yo en mi mente una y otra vez.
  Después de llorar lo inllorable, creí tener una aparición, allí colgada del techo, mi madre se despedía de mí, y sonreía, venga a sonreír.  Cerré los ojos y no me digan ni como en mi mano derecha estaba un alicate y en la otra el diente de oro de mi madre.
  Pasó el entierro, terminaron todos de darme el pésame y ahí estaba yo, en esa casa sin luz, con el diente de mi madre incrustado en mi mano de tanto apretarlo. Pero una pregunta, ¿ Qué iba yo a hacer con ese diente ?, acaso mi Madre, pensaba que yo tenía allí una fortuna, solo un diente no iba a ser suficiente, recordé en ese momento el día en que mi Madre, dijo que si al diente, como me explico con pelos y señales que casi todas las amigas y amigos de la plaza tenían uno o más de uno.
  La idea parecía descabellada en primer momento, pero armándome de valor y de hambre, agarre la pala y el pico y me fui al cementerio de nuestro querido pueblo y con un valor que solo lo da la necesidad fui abriendo cada una de las tumbas que allí había y cerrándolas posteriormente para que nadie se diera cuenta del ultraje.
    Venga dientes y mas dientes de oro, yo no sabía nunca que tal riqueza se escondía en esas bocas desgastadas. Y ahora que hago con todo esto me dije. Pues claro está que venderlos, me fui a la capital y encontré un sitio de esos que dicen por la radio que compran oro y al mejor precio. Sin ser egoísta, primero vendí uno y luego otro en otro sitio y asi hasta que coloque todos, no vaya a ser que la policía me pillara en mi hurto
  Gracias a estos dientes, fui sobreviviendo hasta el día que se acabaron los dientes de mi pueblo y tuve que recorrer otros cementerios para seguir con mi pequeña fortuna.
  Me quede sin sitios para vender mis dientes y recurrí gracias al internet a ofrecer mis productos a través de sus redes y ahí estuvo el problema, señores agentes que tanta tecnología se me hizo grande y sus problemas de distribución, pero les digo una cosa, mientras duró,  duró.
  Gracias Madre, ahora ya puedes morir en paz, me encuentro detenido en comisaría y dada mi edad, cuando salga de la cárcel tendré mi paro y luego mi paguilla como jubilado y además te digo una cosa:
-      El vivo, vivo y el muerto al hoyo.
 
 
                                      JOSE PEDRO PORRAS

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