26 febrero, 2012

DIOS SIEMPRE ESCUCHA.

El abuelito estaba muy enfermo le decía una y otra vez su mama.
Enriqueta no se lo podía creer, después de tanto tiempo, su abuelito se venía abajo y solo el silencio se escuchaba en su casa, ya no le interesaban sus muñecas, se pasaba el día sentada, delante de la televisión, sin ver nada, solo el paso de sus padres, corriendo de un lado, rompía la monotonía del día.
El día siguiente fue igual, Enriqueta decidió dar un paseo, cogió su bufanda, la más larga, se calzo unas buenas botas y el abrigo que su abuelo le había regalado la Noche Buena anterior.
El frio cortaba el aire, pero sus ganas de respirar un poco de aire fresco se volvió una necesidad.
Allí tan lejos del pueblo, rodeada por la nieve , el paisaje se hacía infinito, sus pequeños pies se hundían por el camino ya aprendido.
Enriqueta decidió ir al pueblo, a ver si veía a alguien conocido, pues estaba tan sola desde que su abuelo se había puesto malito. El frio le soplaba las orejas, y multitud de copos le llenaban de motitas blancas su rubio cabello, pero ella seguía camino abajo, el pueblo quedaba tan cerca.
El frio que no entiende de edades se fue haciendo cada vez más fuerte, y aunque el pueblo quedaba próximo, sus pequeños pies tiritaban de frio, la nieve no la dejaba ver mas allá de un palmo, y aunque conocía el camino, no sabía si volver lo andado o seguir hacia delante.
Una casa, ¡ No podía ser ¡, la tibia luz de un farolillo rompía la niebla, y hacia allí dirigió sus pequeños pies.
-      ¡ Abridme, por favor, abridme ¡. Dijo Enriqueta golpeando con furia la puerta.
-      ¿Qué pasa, que pasa, quien anda por ahí?
-      Soy yo Enriqueta, es que no me oís.
-      Pasa muchacha pasa.
Un señor con unas gafas de culo de vaso le miraba de arriba abajo, mientras ella tiritando cerró la puerta de golpe.
-      ¿ A quién se le ocurre salir con un temporal así?.
-      Al principio no estaba mal, aunque hacia mucho frio. Dijo Enriqueta a puntito de llorar.
-      Frio, quien dijo frio, ante esta buenísima sopa.
 Una sopa humeante  con olor sabrosísimo recorriendo el ambiente, se inco en las narices de la niña, la cual sin pensárselo dos veces, empezó a dar tímidos traguitos, mientras iba poco a poco tranquilizándose después de aquella aventura.
La leña, repicaba en la chimenea, y parecía que no había más gente en aquella casa que aquel señor con esa sonrisa interminable, mirándola con delicadeza detrás de aquellas lentes.
-      A ver la señorita, ya está más tranquila, ahora como vamos a hacer para que vuelvas a casa, seguramente tus papas te estarán esperando.
-      Tranquilo, que no me echaran de menos por lo menos durante un buen rato, están tan preocupados por lo del abuelito, pensaran que estoy en casa de algún amigo.
-      Tu abuelito, ¿ Qué le pasa a tu abuelito ¿
-      Pues debe de ser muy grave, pues mama y papa no paran de cuidarle todo el rato y a mí no me cuentan nada. Con lo que yo quiero a mi abuelo.
-      Conozco yo a tu abuelo, ¿ Como se llama ¿.
-      Bruno el zapatero,
-      Ah el viejo Bruno, menudo sinvergüenza esta hecho, ya hace tiempo que no lo veo por aquí.
-      Lleva ya mucho tiempo en la cama,  como me acuerdo de todo lo que hacíamos juntos, hasta la perra está llorando desde que no está.
-      Y tu Enriqueta, lloras.
-      Sobre todo por las noches, cuando veo que ha pasado otro día y no ha jugado conmigo otra vez
-      Rezas.
-      Rezar, eso que es.
-      Rezar es acordarse de él y decírselo a Dios.
-      Mis papas nunca me han contado nada de eso de Rezar, no sé ni para qué sirve.
-      Pues mira Enriqueta, cuando uno está muy triste, que este es tu caso y no encuentras solución tienes que buscarla en otra parte y que sitio mejor que en tu corazón, cierra los ojos y piensa en Dios que está por encima de todos El sabrá escuchar, pero lo tienes que hacer con mucho Amor, pues seguro que así llegara más lejos.
-      Es como una canción
-      Es como una canción para Dios
-      ¿ y el sabrá escucharme ¿.
-      El siempre escucha.

                                   CAPITULO 2.
Afuera el tiempo iba mejorando, y aunque las palabras de aquel señor le habían sentado de maravilla, sabía que tenía que marcharse. De golpe se levanto de la silla y dándole las gracias a aquel señor tan amable se despidió.
-      Me voy, a, por cierto, usted quien es.
-      Juan, el cura y recuerda que has estado en mi casa y en la casa de todos.
Como alma que lleva el viento desapararecio Enriqueta dando como no las gracias a aquel señor tan amable.
La subida hacia su casa se hizo más pesada, pero después de alguna tiritona y de que alguna ráfaga despistada le despeinara su mojado pelo,  pudo por fin llegar. Allí seguía aullando Lucas su perro, aunque ahora parecía que lloraba más si cabe, algo pasaba, podía sentirlo en su cuerpo de niña, corriendo haciéndose paso entre la nieve se lanzo hacia la habitación de su abuelito.
-      Enriqueta, quieta, no pases, ( Le dijo su papa ).
Ya era tarde, la puerta había abierto de par en par, y allí estaba su abuelo o lo que quedaba de él, tiritando en la cama.
-      Abuelo, abuelito, soy yo Enriqueta, es que no me ves
-      Enriqueta, ya queda poco.
-      ¿ Poco para qué?, papa.
-      Para que nos deje cariño.
-      No,no puede ser.
Mientras mil lagrimas inundaban su pequeña carita, no dejando ver el triste rostro de su querido abuelo.
Allí estaba sola, en su cuarto, con el corazón encogido, sintiendo ahora tanta pena y como por arte de magia se acordó de las palabras de Juan, - Habla con Dios, el te escuchara.
Cerró los ojos, e intento pensar con su corazón, las palabras se le hicieron imágenes, y las imágenes sueños, volvió a sentir la mano de su abuelito cogiendo la suya y juntos paseando otra vez por el parque. El sueño se apodero de sus imagines y soñando se durmió.
Lo primero que hizo nada más levantarse fue coger un boli, un papel, y le iba ha hacer una carta al mismo Dios, que se iba a enterar, quien era él para llevarse a su abuelito, con quien iba a jugar ella sino, quien le iba a dar todo el cariño que necesitaba. Así que empezó la carta:
Querido Dios, Juan me ha dicho que estas por encima de todos sabrás que mi abuelo Bruno el zapatero no se encuentra nada bien, se que cada uno tiene un final, como las pelis que veo por televisión, pero mi abuelo no quiere terminar, lo es de sobra, el quiere seguir jugando conmigo, quiere seguir enseñándome cosas del campo y de sus animalitos, yo soy muy pequeña para entenderte, pero sé que si estas por ahí arriba, sabrás de sobra lo mucho que me hace falta, pero sabes una cosa si decides llevártelo de mi lado, que te acompañe allí arriba, seguro que puedes llevarle con la abuela, pues siempre está pensando en su querida Elena, y lo mucho que la echa de menos, así por lo menos no estará solito.
                                                       Firmado ENRIQUETA.
Doblo su papel una y mil veces hasta hacerlo pequeñito como un alfiler, saco de su armario un globo y lo llevo para que lo inflara su papa.
-      Que quieres Enriqueta.
-      Papa, inflame este globo para que suba hasta el cielo.
Su papa, le miro con lagrimas en los ojos, se llevo el globo y lo trajo infladito como ella quería.
Enriqueta, salió corriendo sabiendo que le quedaba poco tiempo, se fue hacia el lago donde siempre había paseado con su abuelo y ato el papel al globo, mirando hacia el cielo se imagino con su pequeño corazón a su Dios y  lanzándolo hacia el cielo para que así se enterara más rápido, pues si el globo viaja hacia el cielo él lo recojeria con alguno de sus vientos y se enteraría de lo que allí pasaba.
-      Dios, aquí, te mando mi carta, espero que te llegue, Dios hazme un poco de caso.
Enriqueta se puso a correr como loca, recorriendo todo el lago helado, pensando en la última vez que su abuelo le apretó fuertemente la mano.
El frio recorrió su pequeño cuerpo y un grito ahogado inundo el valle, mientras que su abuelito subía al cielo a la vez que el  globo.
                                                                         JOSE PEDRO  26 02 2012














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