15 diciembre, 2013

UN MOMENTO POR FAVOR

  Sábado dos de la tarde.
Teníamos Héctor y yo que recoger a Alba y llevábamos mas de medía hora intentando aparcar cerca de la glorieta de Bilbao, encontramos la calle Atocha cerrada y luego la de  Gran Vía.
- ! Hay qué ver lo colapsado que esta hoy Madrid, Héctor !.
- Tranquilo, Papa que llegamos.
  Y llegamos, vaya si llegamos. Coches y mas coches. Gente corriendo y otra que ni ve, ni que te ve.
  Después de darnos una vuelta, tras otra, tras otra y tras otra, decidimos dejar la furgoneta en carga y descarga y esperar hasta las dos.
- ! Y ahora que hacemos !.
- Púes Héctor, ver a la gente correr.
- Si parecen que tienen prisa y todo. ? Por qué corren ?.
- En Madrid, la gente siempre corren y mas ahora.
  Ahí nos tiramos mi. Niño y yo viendo a la gente pasar y era realmente como una película, prisas y mas prisas.
  Por fin llegó el momento de abandonar nuestro refugio y enfrentarnos a la vida real. Después de pagar un euro por dejar la furgo ( menudo parquin mas rentable y encima sin vigilar ! He !. ), nos fuimos a buscar a Alba.
  La gente no miraba y todo el mundo corría, el niño agarrado ha mi mano y yo con la vista puesta un poco mas allá.
  De repente algo rompió la monotonía de esas prisas, una guitarra clásica llenó ese vació de ciudad. Nos quedamos petrificados y fue Héctor el que tiró de mi mano.
- ! Pero Héctor, si luego tendremos tiempo !.
- Prometido, papa.
- Prometido, Héctor.
  Nos quedamos entré dos coches esperando a Alba, no vaya a ser que a las prisas de la gente resultara molesto.
  Por fin sale Alba y con hambre, Héctor también le acompañaba a esto de tener hambre, es lo que tienen los niños ( a parte de otra cosa ).
  Nuestro queridisimo Mac Donald, abría sus puertas para nosotros y tres hamburguesas con queso hicieron su apaño, pues el tiquet del parquin no daba para mas.
  Decidimos comernos las hamburguesas lejos de allí, ruido y más ruido.
  Llegamos a la glorieta de Bilbao y allí seguía el musiquero,; cuando. Noté a Héctor tirandome de la manga y los ojos de Alba aceptando la ilusión y ahí nos tenéis a los tres compartiendo ese momento y disfrutando del encanto de la Navidad producido por las manos de ese señor, que nos deleitó y nos evadió de esa locura de  Madrid durante el intervalo que dura comerse una hamburguesa con queso.
  Agarré las manos de mis dos hijos mientras sentí que el tiempo se paraba y en canon de Pachenbell inundaba nuestra alma.


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