27 octubre, 2015

APRENDIENDO A NO OLVIDAR



  Hoy he pasado un día bastante malo, hace ya 9 años que murió mi abuelo y todavía sigue tan presente en mí que esta mañana me he puesto a llorar del propio recuerdo.
  Es muy difícil de expresar por palabras lo mucho que aún siento su perdida, pero el simple hecho de mirar a Héctor a los ojos y ponerme a llorar, ha sido un momento.
 Son tantos los recuerdos que guardo de él, que el paso del tiempo nunca me lo podrá arrebatar, lo que más recuerdo son sus manos agarrando a las mías y sus ganas siempre de estar conmigo y de saber escuchar, por muy complicado que fueran mis cosas.
  Un padre, un amigo, una persona con quien contar, que ahora sería de tanta ayuda para pasar estos momentos difíciles, donde nos encontramos Toñi y yo.
  Todavía vuelvo a oler su perfume, a ver su sonrisa y sobre todo a sentirme querido y apoyado.
  ¿Cómo me siento en estos momentos?
  Triste.


  Pero sé de cierto una cosa, que allí donde él este, se sentirá orgulloso de lo que Toñi y yo hemos conseguido juntos, de nuestros hijos que están creciendo tanto y nos están haciendo tan mayores, de sus ganas de preguntar y de conocer cosas.
  Estaría seguramente mirando por un agujerito y estoy seguro que sonreiría, aún ahora mientras escribo estas palabras, las lágrimas brotan sin querer y lloro su perdida y saber que no está con nosotros.
  Pero cuando tengo problemas, cuando parece que el mundo se viene abajo y no ves una posible solución, en esos momentos vuelvo a juntar mi mano con la suya y a escuchar el silencio de aquella tierra (Tinajas), aquellos montes y saber que puedo dormir tranquilo, pues de seguro que mi abuelito José velará mis sueños.
   Es duro hacerse mayor y no saber en muchas ocasiones que camino coger, es duro no poder contar con nadie e inventarte la mejor solución para los problemas que el día a día conllevan, es muy duro sonreír a quien nos están haciendo daño y contar solo con nuestras dos manos para seguir adelante.
  Menos mal que la sonrisa infantil nunca se me borra de la cara y como dicen los niños, todavía estoy pasando la edad del pavo y lo que te rondaré morena.

  Esta noche cerraré los ojos y pensaré que estoy sentado contigo en la puerta de tu casa (que ahora han dejado destruirse, “vergüenza les tenía que dar”), comiendo pipas con la tía Isabel y Celedonio y volveré a coger tu mano como cuando era niño y no tendré prisa por acostarme (hasta que se me cierren los ojos), escucharé tu voz dándome las buenas noches y el silencio de Tinajas, sin saber que eso es la felicidad.

  Cada día doy las buenas noches a Alba y a Héctor y aunque sea monótono doy gracias por poderlo hacer, por haber pasado otro día con ellos y aunque ellos en este momento no sepan lo importante que es, cuando sean mayores se acordarán de su Madre y de su Padre, que tanto han dado por ellos y volverán a cogernos nuestras viejas manos y volveré a dar gracias por estar a su lado. Sin pedir nada a cambio, solo que me quieran y eso solo se logra paso a paso.
  Gracias abuelo por haberme enseñado tantas cosas, que ahora que soy padre estoy haciendo con mis hijos.

  Me vuelve otro recuerdo a la mente, de ese pan recién salido del horno y como pedíamos tres barras, dos para comer en casa y otra para comer por el camino.
-      ¡Pero chico, que te va a hacer daño ese pan caliente!
-      ¡Qué no abuelo, que no!

  Un beso muy fuerte estés donde estés.

                                                                              José Pedro Porras Cano.
                    27 de octubre de 2015


No hay comentarios:

Publicar un comentario