02 diciembre, 2014

POLVO ENTRE BOLAS

  Once de la mañana y nada que hacer, otra vez dando vueltas por el centro comercial pues afuera llueve.
  En el escaparate del Burger King puedo leer que van a inaugurar un nuevo parque de bolas.
-      Te acuerdas, “Me digo a mí mismo”, cuando llevabas allí a los niños, cuanto tiempo nos hemos pasados la Conchi  yo viéndoles jugar y como salían empapaditos de sudor, merendados y cansados, luego solo teníamos que llegar a casa y a acostar.
  Que recuerdos aquellos.
  Mientras espero en la puerta a que abran, pues es demasiado temprano y como el café de este establecimiento no hay ninguno.
  Hora de la apertura y soy el primero.
   Por fin soy el primero en algo.
  Pago mi café y me pongo tranquilamente con mi móvil a wasear un rato, pues gracias a su wifii también es gratis.

  Ese parque de bolas lleva tiempo mirándome, con sus colores llamativos, sus columpios recién puestos (todavía con olor a plástico) y sobre todo con el recuerdo de mis niñas jugando horas interminables en él.
-      Apetece, ¡He!
  Me pego un susto del copón, cuando de repente veo a mi espalda una señorita de  más o menos mi misma edad con un chándal del Carrefour y unas gafas vidriosas colgadas de su cuello, (tipo oficinista parada).
-      Apetece, ¡He!
-      ¿Se refiere a mí?
-      Pues a estas horas, aparte de usted y yo y de la señorita que amablemente nos ha atendido, no hay nadie más en el Burger.
-      Apetece, ¿El qué?
-      Pues el parque ese que nos han puesto en nuestras mismas narices.
-      Pues sí, para que mentirla, apetece y mucho. ¿Usted también ha montado a sus niños en el parque de bolas?
-      Pues sí y mucho.
-      Lástima que no nos haya tocado a nosotros.
-      Pues por poco, esos del Macdonal no lo habían inventado todavía y lógicamente ahora es tarde.
-      Tarde, tarde, eso habría que verlo.
-      ¿No estará pensando en montarse en el parque?
-      Pues sí, mire, estoy pensando eso ahora mismo, la verdad es que no tengo mucho que perder, si me echan me iré al local de enfrente que seguro tienen el café a euro como aquí y asunto arreglado.
-      Y la vergüenza.
-      Pero usted se cree que un parado de larga duración como yo tiene ya vergüenza
-      Pero eso no le da derecho a estropear los juguetes de los niños.
-      Al grano. ¿Apetece o no apetece?
-      Apetece.
-      Pues vamos, sígame
-      Esta usted un poco loco.
-      Loco y parado, recuérdelo.
  Entraron los dos sigilosamente en el recién inaugurado parque de bolas, sin que las dependientas del Burger se dieran cuenta.
-      ¡ Yupi! Y ahora te tiro yo la pelotita.
-      ¡Me va a hacer daño!
-      Que no tonta, que luego lloras y se lo cuentas a tu padre.
-      No soy ninguna chivata, ¡que te has creído, cuatro ojos!
-      ¡Hay!, que me ha llamado cuatro ojos, eso es una declaración de guerra en toda regla.
  Llovieron cientos de bolas de todos los colores, por el parque de los niños, unas se las lanzaba Julián y otras a mala leche Conchi.
  Después de una guerra que pareció interminable, llegó el descanso y arriba donde el helicóptero estaba los dos escondidos, mirando el tiempo pasar por su momento infantil.
  Julián le cogió disimuladamente la mano a Conchi, la cual dio un respingo (hacia tanto tiempo que no sentía nada).
-      ¿Puedo cogerte la mano?
-      La mano y  lo que no es la mano.
-      ¡Nos damos prisa y echamos un polvo!
-      Será un polvete juvenil, no creo que nos denuncien por ser todavía dos niños.
-      Claro que no, mujer.  Total si nos pillan solo tenemos que cambiar de local.
  El pedazo de polvo que echaron fue monumental, enrollados entre las bolas rojas y verdes y oliendo todavía a juguetes recién estrenados (y bien estrenados) y a hamburguesas recién hechas.
  La dependienta claro que se dio cuenta.
 Pero mira una cosa: los dejó disfrutar, que para algo sabían que eran parados de larga duración y esa alegría no se la iban a quitar ni ahora ni después de renovar el documento.
  Simplemente puso una cartel enfrente del parque, indicando que el suelo estaba mojado no se fueran a resbalar.
  Conchi se perdió entre los brazos de Julián y Julián disfrutó más que un niño perdido entre bolas y después ¿Qué?,  pues a sellar el paro juntos, no vaya a ser que les quitaran el subsidio y no tuvieran ni el euro para tomar un cafecito juntos.


              José Pedro Porras

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