10 diciembre, 2014

HISTORIAS ADOLESCENTES





 La muerte de Dalia fue el momento más horrendo que había sufrido Javier, desde aquel instante en que llamó su padre, dándole la triste noticia. (Había muerto, la habían atropellado un borracho en la carretera)
 Vagaba distante desde el instituto hasta casa y desde casa al instituto.
  Hubiera sido más fácil haber muerto con ella, después de todos aquellos meses de pasión, donde descubrieron juntos la sabiduría del amor.
  Dalia, su dulce Dalia.

  Vinieron las vacaciones y para nada necesitaba desprenderse de aquel mundo, que tanto le recordaba a ella. Pero su madre insistió una y otra vez en que renovara aires y se fuera lejos,
 “– Seguro que asi se iría la pena”.
  Galicia, hacia tanto tiempo que no pisaba esa tierra, que hasta el olor limpio se le hacía extraño.
-      Pero Javier, pasa, pasa. (Le dijo su abuela Martica, escondida detrás de unas gafas gordas de culo de vaso).
-      Hola abuela.
-      Hola abuela y eso es todo. Anda tontorrón dame un buen abrazo, como cuando eras un chiquillo.
-      Lo dejamos para…
  Pero un gran tortazo le hizo entrar en vereda y dio de bruces en las amplias tetas de su abuela Martica, la cual no se despego de él, dándole mil y una carantoñas.
-      ¡Quieta abuela, quieta!
-      Nunca es suficiente para saludar a mi nietecito.
-      No me encuentro muy bien.
-      Ya sé, ya sé, me lo contó tu madre.
-      ¿Y tú que vas a saber?
-      Más que tu cabezón.

                                                             Capitulo 2.
-      Mira Javier te voy a contar una historia
-      No estoy para historias.
-      Pues como no nos contemos historias, no vas a poder hacer gran cosa
-      Me conecto con el face y ya está
-      Prueba, prueba haber si a ti te funciona.
-      Pero abuela no me diga que todavía no han arreglado la cobertura en este pueblo.
-      Ni falta que hace.
-      ¿Y la tele?
-      La tele no cuenta historias, solo atonta y adormece. No hay tele.
-      Pero si la tiene ahí enfrente.
-      Pusieron eso nuevo del Tdt y ahí se quedó.
-      Ahí se quedaron ustedes en la época de cromañón.
-      Si pero contando historias.
  Javier no se lo podía creer, en pleno 2014 e incomunicado, esta se la iba a pagar su madre, vaya que se la iba a pagar.

                                  Pues bien, te voy a contar una historia:

Mordían las olas los viejos pies
Aquellos pies que tanto y tanto habían caminado
En busca del aquel amor.

Ella 18 años
El tan solo 21

Nada que ofrecer, más que unos brazos que hacerse a la mar.
Nada más que una vida que compartir con ella.

Sus cabellos bailaban esa tarde con el viento
Mientras las olas golpeaban su vieja barca.
-      Te quiero
-      Yo también te quiero.
El Sol se ocultaba detrás del inmenso Océano
Mientras cabalgaban como dos enamorados
Agarrado a su frágil mano.

La oscuridad se hizo dueña de aquel momento.
El cogió la mano de ella.
Y las Estrellas fueron testigo mudo de aquel cuento.

Amor, se amaron locamente.
Amor, se amaron eternamente

Pero el Océano envidioso de aquella pasión, se embraveció
Las olas querían apagar aquella ternura en que los dos se fundieron en uno
-      No te sueltes del mástil, agárrate fuerte.
-      No me soltare, nunca me soltare.
                          Una y otra vez las olas golpearon su barquichuela,
Que danzaba al compas de una muerte predicha.
El salió despedido de su barca
Y ella, que se encontraba amarrada al mástil, se hundió.

-      ¡No me olvides!
-      Nunca te olvidaré.

Se quedo el Mundo tan pequeño como un grano de sal, como un pequeño cangrejito que muere aplastado por pescador descuidado.
La locura, se apoderó del corazón de aquel muchacho y cada mañana gritaba su nombre, como si así consiguiera que el Mar se la fuera a devolver.
Tanto gritó que se quedo ronco.
Tanto pronuncio su nombre, que hasta las gaviotas sabían decirlo.
Tanto lloro, que el mar le iba prestando sus lágrimas
Tantas lágrimas soltó, que se volvió agua.
Tan ronca se quedó su garganta,
Que su voz se volvió piedra.
Tantas veces se revolcó por la arena, mirando al cielo y buscando un porqué.
Que un buen día, vino el Mar y se lo llevó
Y allí en el fondo del inmenso Océano,
Se encontraron los dos amantes para siempre.

                                                       Capitulo 3

-      Muy bonito, abuela. ¿Y cómo se llamaba ella?
-      Ponle tú el nombre que quieras.
-      No me lo vas a decir.
-      Pues no Javier, acaso es importante, acaso eres la única persona sobre la Tierra que ha perdido a una persona amada.
-      ¡Tú no sabes lo que estoy sufriendo!
-      ¿Acaso lo sabes tú?

  Javier se levantó de la mesa y salió corriendo, Martica fue a levantarse, pero la dichosa artrosis, no le dejó moverse.
-      ¿Voy tras él?, “ Le dijo su marido, Enrique”
-      No, déjale que llore, falta le hace.
Javier desapareció, se hizo con el viento.
Solo llevaba el nombre de su amor en los labios.
Dalia
Dalia
Mi dulce Dalia.
Inco sus rodilla en la arena de la playa.
El frio de aquella noche ni lo sentía.
Lloró, y se acordó de la historia de su abuela.
Lloró y a cada lágrima volvía a sentir
Su pelo
Sus caricias.
Sus besos.
Dalia, su dulce Dalia
Lloro y tan amargas fueron sus lágrimas,
Que parecía que el Mar se incrustaba en sus ojos.
Pensó en los ojos de Dalia,
Tanta tristeza, no podía ser posible.
Se tumbo sobre la negra arena
Fría arena nocturna que se metió por todo su cuerpo.
Frio no sentía.
La brisa del mar, acaricio su cara acostada
Y durmió.
El sueño se apoderó de su cuerpo, de su alma, de su ser.
Volvió a soñar con ella y como el viento se enredaba con su pelo
Volvió a pasear por el parque de la mano.
Volvió a amarla una y mil veces, en el asiento de su coche.
Sintió las olas que juntos los mecían.
Dalia, estiro la mano y le señaló el firmamento
Dalia le pidió, que por favor la dejara marchar.
Javier quería seguir agarrado a su mano.
Vio los ojos verdes de Dalia, suplicándole,
-      Déjame marchar.
-      Nunca.
-      No ves que morí.
-      Para mí nunca abras muerto.
-      Déjame marchar, mi amor.
-      Dalia, mi Dalia. ¡Qué muerto, estoy sin ti!
-      Me hubiera gustado estar unida a ti toda la vida, pero llegó mi final.
-      ¡No quiero!
-      No puedes seguir mi camino.
-      Mi camino está en ti
-      Marcho, llegó mi hora
-      Te amaré por siempre.
-      Lo sé.

Dalia, se hizó en el firmamento y sin mirar hacia atrás se fue
Frio quedo Javier, casi hundido en la arena del mar.
Mientras su alma se rompía en mil pedazos.
Agarro fuertemente su destino, intentándose librar de él.
Pero la vida, le trajo de un golpe a esa playa, donde Javier se despidió de su amor.
Miró a sus pies y entre nublado por la tristeza, desenterró una caracola.

                                                        Capitulo 4

En la oscuridad de la noche sonaban unas voces, las cuales le devolvieron a la realidad.
-      ¡Pero, Javier!, ¿Dónde te habías metido? “ Le dijo Enrique”
-      Buscando a Dalia.
-      ¿La encontraste?
-      La encontré.
  Sin percatarse del terrible dolor que le estaba produciendo aquella caracola apretada contra su mano.
-      La vas a romper.
-      ¿El qué?
-      Pues eso que tienes entre las manos.
-      ¡ Ay va! ¿Y esto que es?
-      Pues una caracola, y de las que suenan. Sopla haber lo que te dice.
  Javier se llevo la caracola a sus secos labio y sopló con toda la fuerza que llevaba en sus pulmones y no vas a creerlo, del interior de aquella caracola, solo un sonido salió.
                                                          Dalia.

  Javier se la guardó entre las manos y la guardó en una cajita de madera que le hizo su abuelo Enrique.
  Cada vez que pensaba en ella, la hacía sonar y su canto melancólico le ayudaba a llevar el día a día.
Paso el tiempo y cada vez la hacía menos falta.
Nunca olvidó a su amor.
Nunca se separo de aquella caracola
Conoció a otra muchacha y de ella se enamoró
No sabemos cómo, la caracola desapareció
Pero un buen día, mientras su nieto andaba en las cosas de su abuelo,
Apareció.
Soplo fuertemente y solo una nota salió.
Dalia.


                                      José Pedro Porras.

 Cada vez que necesites haz sonar la caracola que llevamos en el corazón, aquella que siempre nos recordará a nuestro primer amor.

 








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