31 marzo, 2014

CUENTO MACABRO




La Paellera asesina.

En el silencio del garaje descansaba la paellera, esa paellera de 50 raciones con la que tanto habían disfrutado.
Las cosas cambiaron mucho desde la última vez que la utilizaran y la necesidad se adueñó de todo, las personas que se habían reunido se fueron yendo a otros lugares donde poderse ganar la vida y ella había quedado refugiada en un rincón de trastero donde seguro la volverían a utilizar ( como dijo su padre ).
El aburrimiento era total, afuera no paraba de llover y solo pasaban el tiempo del colegio a casa y de casa al colegio.
A Abel se le encendió la bombilla y decidió subir al trastero a darse una vuelta, multitud de cosas llamaban su atención, cajas, sombreros viejos, libros de su padre.
- ¡ Anda ! ¿ Que será eso ?.
Como escondida relumbraba detrás de un perchero un objeto redondo con asas a los lados.
Abel empezó a retirar cosas, hasta dejar al descubierto Eso. Lo primero que hizo fue darle con un palo, Abel nunca había visto algo como Eso y la última vez que se utilizó, solo era un bebe.
Glong Glong Glong, resonaba la gran superficie metálica en el trastero.
Glong Glong Glong, con este sonido se entretuvo Abel durante toda la tarde. Hasta el momento en que su madre le llamó escaleras abajo.
Dejó la paellera apoyada contra la pared, esperando que viniera la próxima tarde para volver a disfrutar de aquel soniquete.
Las dos de la mañana y una pesadilla sobresaltó el sueño de Abel, ese sonido metálico retumbaba en su cabeza y un olor como a arroz quemado envolvía la habitación.
Glong Glong Glong.
- ¡ Papá, papa ! , gritó Abel desde su cuarto, ¡ Papá, que no me deja dormir !.
En la penumbra de la habitación apareció la sombra de su padre, vestido con esos calzoncillos ridículos.
- ¿ Qué te pasa Abel ?, anda duérmete ya que mañana tienes que ir al colegio.
- ¿ Es que no lo has oído ?
- Oído, oído, no. Pero que olor mas bueno hay a paella.
- Paella, y eso que es lo que es.
- Anda, gandul. ¿ No te acuerdas de las paellas que hacíamos cuando eras pequeñajo ?.
- Las pae, ¿ Qué ?.
- Las paellas, esa comida que se hace con arroz, carne, un poco de marisco y un sofrito, pero claro, eso era otro tiempo, donde no comíamos esta cosa que se parecen tanto al pienso de los animales.
- Me estas contando unas cosas tan extrañas que seguro te las estas inventando para que duerma.
- Que no, Abel, que cuando tú eras pequeño existían cosas tan ricas, que jamás habrías imaginado, esa carne, esos mariscos recién traído de la lonja. Ese arroz de Valencia. No me hagas contarte, que me empieza a rugir la tripa y puede ser un escándalo. Además ya es hora de dormir, espero que puedas coger el sueño después de esto.
- ¡ Pero papá !, mañana me enseñaras lo que es una paella.
- Claro, mi amor, en el fichero geocinetico que guardamos en la memoria, a lo mejor queda algo de esos recuerdos.
Abel, se durmió con una sonrisa en la boca y con el recuerdo de ese Glong en el cerebro.
Su padre emocionado, con lágrimas en los ojos le enseñó los recuerdos de aquellos momentos y aunque Abel, no recordaba esos sabores, descubrió en los ojos de su papá, el disfruté culinario de aquella época, y el instrumento de aquella comida el cual descansaba escondido en el trastero.
La mañana de aquel Sábado se la pasó encerrado en su habitación, recopilando datos de todo lo que le había transmitido su padre. Una vez lo hubo memorizado todo, volvió a subir al trastero y miró muy de reojo a la paella. Redonda, brillante, toda llena de polvo y música.
Como pudo la limpió y se imaginó a su padre haciendo ese estupendo guiso en medio del campo, nuevamente se puso a tocarla y el Glong Glong Glong, se fue poco a poco metiéndose en su cerebro. Tanto tiempo se tiró tocándola que en sus jóvenes manos empezó a surgir un pequeño reguero de sangre, el cual se deslizó por la superficie metálica de la paella.
Abel, se imaginó todos los condimentos revueltos y no pudo por menos que dirigir sus labios a la rugosa cara de su hacedora, disfrutando de su sabor oxidado con la dulce y cálida sangre, esa sangre suya que sin saber cómo, había llegado allí.
Le gustó, no sabía porque, pero le gustó. Abel quería probar una paella lo más parecido a lo que vio reflejado en los ojos de su padre.
En aquella época la comida como tal, había dejado de existir y después de la gran crisis radiactiva, se tenían que alimentar con un pienso compuesto, para nada tenía el sabor de esas cosas de antaño.
Lo primero que consiguió fue el arroz, pues en el museo antiguo, tenían una vitrina llena de alimentos del recuerdo y a nadie le interesaba ya esas cosas, siendo sumamente fácil echárselo a su mochila y llevárselo.
Otra vez la noche se echó encima y de nuevo las pesadillas golpeaban su cabeza, Glong Glong, abrumado por ese ruido insistente se despertó y esta vez no llamó a su padre, ( su madre después de la gran crisis, les había dejado y era muy difícil que se despertara ), hipnotizado con ese sonido insistente en su cabeza se dirigió a la cocina y sonrió al ver el cuchillo tan afilado, que para poco ahora servía.
Hasta el momento que decidió clavárselo a su progenitor y de manera certera, como había visto en esos vídeos tan antiguos, seccionó el cuello de lado a lado, cual cerdo del campo. La verdad es que era una eminencia, después de todo.
Ahora lo tenía casi todo, el agua, el arroz, el condimento de ( .. ), y lo que era más importante la chicha. Esa carne aún sangrante que tan exquisito olor daba y todavía no estaba sofrita.
El fuego, fue lo menos importante, pues gracias a la fuente de calor con la que calentaban en aquella época las casas, solo era cuestión de extender las brasas por el suelo de la cocina, pues lógicamente en la calle seguía lloviendo.
Colocó las brasas lo mejor que pudo y puso la gran paella sobre ella.
Para nada le importó el calor intenso que le quemaba la espalda, mientras disfrutaba de los olores intensos que emanaba de aquella carne, mezclada con cariño y amor con ese arroz antiguo y ese agua supuestamente no contaminada.
Mientras el humo ahogaba sus fosas nasales y el olor a carne quemada ya no se podía sentir después que su cuerpo también ardiera entre las llamas.


José Pedro Porras


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