Llevo algún tiempo sin escribir, pero eso no
significa que deje de pensar.
Me he encontrado con
un libro que ha caído en mis manos y lo estoy disfrutando como nunca, así que
el poco tiempo que tengo para poder escribir, lo estoy dedicando a la lectura (que
nunca viene mal ¿No?).
El libro en cuestión es el Ultimo Pasajero de
Manuel Loureiro. Por si a alguien le apetece pasar un buen rato de miedo, (lo cogí
en la biblioteca municipal).
El caso que esta mañana he estado entregando
una parroquia de las importantes, situada en medio de Madrid, llegue como
siempre con el tiempo justito y corriendo, pero me encontré con una situación extravagante
que paso aquí a contar.
Metí la furgoneta en medio de la parroquia y
justo enfrente mía había una mujer de más o menos mi edad, con una cara triste
que tiraba para atrás.
Le dije los buenos días y unos buenos días secos
tuve.
¿Se le habrá muerto algún pariente?, pensé.
Pero nada más lejos de la realidad, pues
resulta que después de entregar todos los extintores de la parroquia, justo
cuando iba a salir, vino una mujer muy altiva que se dirigió hacia la señora
(extranjera).
Yo en este caso me hice un poco el remolón,
pues la cara de esa mujer era una tristeza en sí.
La señora altiva era de Caritas Madrid y la
señora un inmigrante que se había quedado sin trabajo y necesitaba trabajar.
Le enseñó los papeles a esta y la señora
altiva, no se le ocurre nada más que decir en la puerta de la iglesia:
- ¡Los milagros no existen! ¡Eh!.
(la
cara de tristeza que se le puso a la señora), hasta yo avergonzado tuve que
mirar al suelo.
Mira que yo no soy milagrero ni nada de eso,
pero como se debe de sentir la pobre inmigrante que va a buscar ayuda a la
puerta de la Casa de Dios y se encuentra con esta estúpida que dice que los
milagros no existen.
Lo que no debería de existir es esta
desigualdad social tan grande que se está creando, ni tanta gentuza que vive
del cuento.
José Pedro Porras Cano.
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