Esta historia, se
me presentó en la cabeza, durante un paseo en el rio, no pude nada más que
quedarme con el alma en un puño, cuando el árbol donde siempre habíamos parado
mis hijos y yo, yacía caído en el suelo, sin encontrar el motivo.
Viejo árbol tronchado.
Hundido hasta las entrañas
Destruido por el paso del tiempo
Envenenado de tantas fisuras y ahora ya
desfigurado.
Viejo árbol tendido, derrotado.
Sobre un rio frío, que atraviesa su alma.
Esperando el último de sus viajes
Sonríe esperando un amanecer dorado
Musgos, líquenes, seres infinitos
Que se alimentan de sus últimos resquicios
Dando lugar a un sin fin de vida para el extraña.
Mi viejo árbol sonríe,
Quemado y endurecido por el mismo sol.
Sabiendo que ya término su historia, como
árbol erguido.
Pero
todo eso el tiempo se lo arrancó.
Su dura corteza se ablanda bajo el monótono
paso del agua,
Que no se detiene por nada.
Esta, rasga su piel en multitud de tiras
blancas, estrías que el paso del tiempo hizo tan profundas hasta llegar a su viejo
corazón.
Corazón que en un momento inesperado de su
larga vida, dejó poco a poco de latir.
Hasta el punto de sonar tan despacio que ni
el mismo era capaz de oírlo.
Sus ramas que una vez se izaron hasta tocar
el mismo cielo, se enredan, se despeinan entre las corrientes frías del agua,
que poco a poco le va destrozando por dentro.
Esperando la desintegración completa e
inexorable de sus entrañas.
Afuera el nacer de una noche estrellada le
señala el nuevo camino.
Nuestro viejo árbol cierra los ojos y
viaja,
Recorre
impulsado por toda la luz del Universo, su último destino.
¿O será uno de tantos que le quedan por
vivir?
El agua monótona lame sus heridas y ya poco
importa que quede de su madera podrida y carcomida.
Lloró al verlo tendido.
Solo quedará la vieja escarcha royendo su
corazón dormido.
José Pedro Porras
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