No es para niños.
Por detrás me gusta más.
Esta historia que paso a relatar, ocurrió de
verdad pero afortunadamente no en mis carnes, el personaje que lo interpreta lo
hago en primera persona pues me parece más fácil y lo que saquéis vosotros de
escena es totalmente culpa vuestra, por morbosos.
Empiezo:
Resulta que la crisis me está afectando a
todo, pero cuando digo a todo es a todo y al sexo mucho más, no se me pone dura
ni queriendo (desde que debo tanto dinero a la Seguridad Social y al Mundo en
General, incluido mis proveedores que no paran de atosigarme, quieren cobrar lo
sé, pero no ahora que me no puedo, ni que tuviera una maquina de hacer billetes
debajo de la cama), no me concentro ni queriendo y eso que mi pareja pone
empeño y mucho.
Tanto, tanto empeño puso que me reventó, en
una noche de locura que los dos llegamos con unas ganas tremendas, pues
llevábamos más de tres meses sin ni siquiera intentarlo.
Al principio como siempre con los mismos
preliminares, pero después cuando pasamos a la acción me reventó.
Me reventó la pedazo de almorrana que hace
tiempo la tenía olvidada en lo mas profundo de mi ser y encima no paraba de sangrar.
¡Pero como sangraba la H.P.!, ni que fueran
las cataratas del Niagara. Nada podía con ella, ni el scotess, ni el rollo de
cocina, ni la toalla poscoital o anal en nuestro caso, cortaba el sangrado de
esta almorrana.
Nos fuimos derechitos a urgencias, sin contar
a nadie el porqué de aquel problema, después ya escucharíamos las risas de
nuestros íntimos amigos partiéndose de risa, ya tendríamos cachondeito para
rato y encima a mi madre preocupada, ¿no sé porque cosa la verdad?.
La pobre que no admite que su hijo es
Homosexual y a mucha honra, aunque ahora
la honra la tuviera por los mismos suelos y aparte de no ponersemela dura,
encima tenía el problema de la almorranita que me iba a dar por culo y no sabéis
de qué manera.
Primero y lo mas importante, no me podía sentar en ningún sitio pues todo
me apretaba contra ella., en el coche vi las estrellas hasta que pude llegar a
mi trabajo y todo el día de pie, recargándome las piernas con un dolor tremendo
y encima sin poder cagar a gusto, deprisa y ya está, con lo que me gusta
echarme mi partidita tranquilo y relajado, ni eso podía,
Era todo un cuadro
sexual, el menda lerenda.
Los días pasaban lentos y penosos, como se
incrementaban mis deudas con el Mundo Mundial y las ganas de hacerlo con mi
marido (lo que son las cosas, cuanto más me dolía, mas me acordaba de él,
cuando todo esto pasará se iba a enterar de lo que vale un peine, o una polla
mejor dicho).
¡Sanó!, por fin sanó, había acabado como un
machote todo el antibiótico y ya no me dolia nada. Fui poco a poco volviendo a
la normalidad y por fin llego el día tan señalado, lo había puesto una y otra
vez en rojo en el calendario y por nada en el mundo me iva a perder la consulta
en el médico.
- ¿Haber el señor, como se encuentra?
- Pues yo bien doctor, creo que esto ya se ha
solucionado (“le contesto, temiendo el terrible momento de colocarme en
posición fetal”).
- ¡Habrá que comprobarlo!
- ¿No hay más remedio?
- Ande, ande, no sea vergonzoso y bájese los
pantalones, que ahora mismo le ausculta la enfermera.
Entró una rubia imponente de unos
veintitantos años, con una sonrisa de oreja a oreja, se acerca a mí y me dice
al oído.
- ¡Túmbate, grandullón!
- ¿Ya?
- Sí, no seas tímido.
Ahí me veis con mis ciento veintitantos kilos
de sobrepeso, encima de la mesa, con una pata para un lado y la otra para el
otro, con mi ojete alumbrando el Universo.
La rubia señorita se enfrasca los guantes y
me abre un poquito el orificio.
- Ves, ya está todo.
- ¿Ya está, solo es eso?
- Solo, ¿Qué te habrías creído?
- Pues no sé, algo más íntimo. Le puedo hacer
una preguntita (pregunta que hago alli, tumbado, con el culo en pompa). ¿Tiene
que ver algo la almorrana con ser homosexual?.
Silencio en la sala.
- ¿Es usted homosexual?
- Y a mucha honra señorita.
- ¿Usted cree que ya estoy curado para volver
a mantener relaciones sexuales con mi pareja?
- Espérese un momentito que ahora mismo se lo
digo.
Violado, en ese
mismo momento me sentí violado.
La señorita
veinteañera se coloca nuevamente los guantes de lates, se unta no sé qué en el
dedo corazón y sin precalentamiento, ni
la madre que lo parió, me mete el dedo
hasta no poder más, repitiendo la acción una y otra vez.
- ¿Pero señorita, que se ha creído usted?
- Nada, tranquilo, si solo lo estoy
comprobando.
- ¿Comprobando el que?
- Pues si puede follar como dios manda.
Cerré mi ano a cal y canto, me subí los
pantalones y como alma que lleva el diablo Salí de aquella consulta totalmente
indignado, ¡Qué digo indignado!, violado y sin consentimiento, solo le faltó a
esta señorita hacerme una paja y me habría corrido alli mismo.
Mientras
yo José Pedro Porras.
Me encuentro
sentado en la taza del wáter, partido de risa y en el otro servicio (sin que se
haya enterado de la conversación), Héctor preguntándome que es lo que me pasa.
Otra vez que me quedo sin palabras.
José Pedro Porras Cano. Basado en una historia Real.
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