Caprichosas las
horas de este reloj en que las manillas paradas se quedaron.
Escucho callado el
sonido del Mundo y solo el ritmo frenético de un violonchelo
pasa de tu cabeza
a mi corazón.
Retumban y
estallan en mis oídos, mientras el camino fluido del agua, armoniza con aquello
que se perdió.
Absorben mis
sonidos, se apoderan de las melodías de mi vida, dejándome en el más triste de
los silencios.
Rocas que hierven convirtiéndose
en lava volcánica que queman mis pies, hundiéndolos en la madre Tierra que
absorta por este nuevo milagro me engulle y me aloja en su interior.
Por fin dentro de
su seno Materno, miro la vida de otra manera y me rio. La risa llena el vacío
de aquel momento y da paso a una nueva era, la era de la risa y la alegría.
Suenan timbales,
trompetas, oboes, se llena el firmamento de un Concierto, tan lleno de ritmo,
que hasta los mismos pájaros dejan de entonar su trino para sentarse a
escuchar.
¿Acaso esta música
nos lleve al final de un tiempo ya conocido?
¿Acaso estas nuevas
sensaciones produzcan un nuevo orden y el Mundo que conocemos no vuelva a ser
el mismo?
Me gustaría una
mañana levantarme y ver que las cosas
han cambiado y que una pequeña luciérnaga es capaz de alumbrar mi camino.
Me gustaría ver a
mis hijos viviendo dentro de un Mundo en Armonía.
Pero mientras
tanto volverán a sonar tambores de guerra y danzaremos como verdaderos
barbaros, delante de la Luna llena, para ver quién puede degollar la cabeza de su
contrario.
Todo vale en una
jungla, donde el simple acto de supervivencia ya es una religión y donde las
palabras se borraron, detrás de los actos.
Mientras vuelve a
sonar en mi cerebro esa Música clásica que todo lo envuelve y esta noche
cerraré los ojos para ver si mañana cambian las cosas.
Me rio, y la
carcajada puede parecer una locura.
José Pedro Porras.
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