La vida a través de una
palmera de chocolate.
Cierro los ojos y la muerdo.
Paladeo cada momento, no pensando nunca en
su final.
Desdibujo su forma de corazón,
atravesándolo con mis dientes.
La disfrutó a cada bocado, mientras su olor
me recuerda a mi niñez.
A cada trocito vuelvo a ser niño, lleno de
amor y de bollería industrial.
¿Que nos importaba entonces lo grandes que
íbamos a llegar a ser?
Comíamos como bestias y disfrutábamos como auténticos animales.
Sin
importarnos nada ni nadie.
Con nuestra Bicicleta fuertemente
pedaleando, agarrados a esos fríos manillares.
Grito interiormente.
Mientras
el chocolate negro recorre mi garganta.
Velocidad detrás de ejes ahora oxidados.
Como seguro se están oxidando tambien mis
arterias.
Pero sabéis una cosa, ahora no me importa,
vuelvo a cerrar los ojos y lleno toda mi boca
de esta palmera.
Corazones contentos llenos de momentos
dulces.
Miro a mi niño y sus ojos me deslumbran.
¿Recordará algún día estos ratitos con su padre?
Devoro la exquisita palmera, como devoro
poco a poco mi vida.
Sin saber en qué momento la terminaré.
Sabiendo que cualquier boca puede ser el
último.
Río.
Me
descojono por dentro y agarro la mano de Héctor.
Hablamos de nuestras cosas y la tarde se
esconde
Consigo enlazar mi vida a su camino y por
dentro me encuentro feliz de poder disfrutar este instante.
¿No sé si me hará daño tanta palmera y
tanto chocolate?
Como tampoco sé si me hará daño entregarme
tanto y tanto.
Vuelvo a cerrar los ojos y como, que la
vida se nos va acabando y si no la disfrutamos se nos puede fundir entre los
dedos.
Dedos ahora manchados de negro chocolate y
diminutas migas de palmera que llevan dentro
en cada partícula sueños encerrados.
Deliciosas palmeras con mi niño Héctor.
José Pedro Porras.
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